viernes, 1 de mayo de 2009

Buzón de treguas


Uno tiene amigos así: son de aquellos que lo conocen a uno de toda la vida, y que durante algún tiempo han sido el mejor de todos. Son los que tenían una frase de aliento, un buen chiste, un hombro para llorar, otra forma de ver la vida y hasta una de las mejores declaraciones de amor. De esos que en algún momento nos parecen más que admirables, y conforme los años van pasando van recorriendo un camino paralelo al de uno; y uno se los encuentra menos, pero no por eso es menos el cariño. Y él, para mí, es así.

Tengo pocos amigos y Aníbal es el mejor, dijo él una vez. No, no soy Aníbal. Soy una de las que leyó esa historia y decidió que le gustaba el autor de la historia. Esta es La Tregua, y él es Mario Benedetti, premio Internacional Menéndez Pelayo 2005, Iberoamericano José Martí 2001 y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1999. Desde que lo conocí me dio por leerlo y escucharlo. Hay quienes dicen que no le encuentran la virtud o algún punto extraordinario, pero justamente de él me encanta eso: su sencillez y su acierto a la hora de elegir las palabras más anormalmente cotidianas para contarme que a él le pasan las cosas que a mí. Con sus salvedades de edades, geografías y exilios o desexilios, me gusta leerme y encontrarme entre sus páginas.

Encima, tiene una virtud poco común: sabe leer en voz alta. A uno, claro está, le ha tocado oírlo a pura grabación (sean casssettes, CD o algo que se le parezca), pero esa habilidad destaca rápidamente. Y es más evidente si a uno le ha gustado gente como Neruda y los ha oído (también a pura grabación) con anterioridad... el poeta de Isla Negra sabía escribir muy bien, pero en discurso oral era demasiado dramático para mi gusto. Benedetti, en cambio, hasta en eso es sencillo y elegante.

La cosa es que me encanta. Hay libros y poemas suyos que siguen siendo míos, no importa cuántos años hayan pasado o cuántas veces los haya leído (o quizás por esos años y esas veces). Y es por eso que hoy lo digo en voz alta, porque supe que está enfermo, y decidí que no quería esperar a que él se fuera a la luz, a su Luz, para volver a reconocer que gracias a sus palabras aprendí a querer escribir y a querer las leyes no escritas sobre cómo escribir para ser entendida.

Y entonces, si pudiera, pondría carta en un buzón de treguas (que quizás pueda ser el mismo Buzón de tiempo) para pedir que él, Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, tenga su propia pausa o paréntesis de enfermedades y tristezas. Aunque eso signifique que nunca lo conozca, o que nunca pueda llevarle flores, o que nunca pueda comprobar por mí misma su puntualidad alemana, o que el mundo se quede sin su respiro. Es lo que uno hace por los amigos. ¿O no?


P.D.: La foto está tomada de "Rescatando a Mario Benedetti: Artigas..."

1 comentario:

Lorena J. Saavedra dijo...

Con sencillez o sin ella, uno llega a quererlo. Así encontrés en el camino a gentes más extraordinarias, y lo más maravilloso es que sea él uno de los ganchos para que digás... ¡Huy! qué buenote. Un brindis por Benedetti.