domingo, 22 de junio de 2008

La semilla bienhechora










Matilde Elena López: Semilla bienhechora

Francisco Andrés Escobar

Conocí a Matilde Elena López, en 1965. Estudiaba yo economía, en la Universidad de El Salvador. Todos los días –mañana y tarde– maestros y discípulos subíamos al segundo piso del antiguo edificio Rodezno, lejos del campus pater de la universidad. Allí aprendíamos matemáticas, de la mano del entrañable Chucho Rodríguez; principios de economía, con un notable profesor guatemalteco; y sociología y filosofía, bajo la tutela de Matilde Elena.

Desde los primeros momentos, ella advirtió mi gusto por la literatura. “Paco: usted va a terminar estudiando letras y escribiendo”. Por eso, cuando dejé la Facultad –y no porque no pudiera con los números, sino porque las palabras podían más conmigo– vi confirmado el vaticinio de aquella maestra sensible e intuitiva.

Matilde Elena ha sido eso: una maestra. Alguien que descubre e invita a descubrir. Luego, una escritora: alguien que entiende los misterios y el oficio de la palabra. Y ha sido una mujer –esposa, madre, amiga, abuela–, y una mujer valiente, que ha sabido habérselas –con tino y entereza– en una vida frecuentada por pleamares y marismas.

Con Matilde Elena tengo la deuda de su consejo preciso, de su prólogo generoso y comprensivo a mi primer librijín que era un verdadero parto frío, de sus antiguos sábados de café, de su confianza en momentos que para ella fueron luminosos o sangrantes. También le debo haberme vuelto entrañables la vida y la poesía de Claudia Lars.

Hoy, cuando la ciudad besa la frente de esta doctora López, tan cumplidora con su destino y con sus años, valen de nuevo, en su honor, esas antiguas palabras con que uno calza las semblanzas en realidad sentidas: “Y porque llevas en ti la semilla bienhechora del amor, serás bendita”.



Este texto, cuyo recorte tengo el original en mis manos, fue publicado en La Prensa Gráfica y en El Faro en mayo de 2003. Don Paco lo escribió cuando a Matilde Elena López la galardonaron con la presea Macuilflor, y me gustó tanto la columna que la guardé. Hace un par de días me crucé con ese papelito y pensé en ustedes, los que me han enseñado lo que sé y de los que espero seguir aprendiendo lo que aún no sé (y necesito saber con urgencia).

En las pizarras, en los pasillos, en sus respuestas y en sus planteamientos he encontrado muchas cosas valiosas que me han ayudado a alcanzar el único deseo que he tenido claro desde pequeña: ser profesora. Eso quería ser desde hace muchos, muchos años. No me importaba si me daba clase a mí misma, a las plantas del jardín de mi casa o si era a un público real; daba igual si eran de matemáticas, de arquitectura, de derecho, de ingeniería o de español para extranjeros... y ustedes, desde sus ejemplos, me han ayudado a descubrirme y a ir germinando de a poco (porque es un aprendizaje sin final) para reproducir lo que sé y lo que tengo. Y hoy no podría celebrar mi primer día del maestro al fin como maestra si ustedes no estuvieran conmigo. Si ustedes no hubieran confiado en mí y no me hubieran ido moldeando cada vez que me corrigieron un trabajo y me aceptaron como su instructora. Si no me hubieran enseñado a "leer" una partitura (también conocida como "chibolograma"); si no me hubieran puesto a leer las seis propuestas para el nuevo milenio de Ítalo Calvino; si no me hubieran puesto a escribir cuentos y reportajes y críticas; si no me hubieran dicho cómo corregir un texto; si no me hubieran enseñado a sacar lo mejor de mí y de mi día. Si no me hubieran enseñado a ser amiga, hermana, comodín...

Y porque con otros de ustedes fui descubriendo los primeros trucos, las primeras sonrisas y los primeros errores que cometimos al pasar al frente del aula. Y porque hemos seguido creciendo y seguimos compartiendo los misterios que se esconden tras las respuestas y hasta tras las preguntas de aquellos que tenemos, momentáneamente, bajo nuestro cargo. Porque algunos de ustedes van mostrando cómo es hacerse cargo de una nueva vida, procreada por ustedes mismos, y nos dejan ser parte de ello. Porque otros nos muestran cómo es la vida en otros paisajes (terrenales, profesionales o metafísicos).

Por todo eso, que no dejen nunca de sembrar ni de cosechar más de lo bueno que siembran. Gracias, las más sinceras, por la huella que han dejado en mi vida.

Saben que se les quiere y se les admira...

[Y para que no se vayan sin una sonrisa, les recomendamos una caricatura muy interesante... Un abrazo ¡y feliz día del maestro!]

6 comentarios:

María del Pilar Cobo dijo...

Margarita
Me gustó mucho lo que escribiste, sin duda para ser maestro hay qeu tener una gran vocación y mucho amor y disfrutar cada día lo que se enseña. Pero también hay que tener la mente y el corazón abiertos para aprender, para saber sacar una enseñanza de cada persona y de cada acontecimiento. Feliz día del maestro (en Ecuador es el 13 de abril) y que tengas muchos más. Un abrazo.

Armando dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Antonieta IraSal dijo...

Y lo que nos falta por aprender... te imaginás mi estimada, lo que nos falta. Y no podría yo tener mejor compañera de viaje que vos, que nos unen las palabras, las risas, los secretos y enojos, los ejercicios de la palabra, la música, Bosé y hasta (aunque no creás) Dios. Gracias por ser estar y reafirmar que enseñando es como volvemos a ser discípulos de la vida. Gracias mil.

Unknown dijo...

Hola mi Margarita, muy chévere tu texto y felicitaciones por afrontar esta gran labor y vocación de enseñar. En Colombia el día del profe es el 15 de mayo, pero creo que no deberían existir días específicos para celebrar a todos aquellos seres maravillosos que nos iluminan el camino de la vida.
Mil felicitaciones y un gran abrazo.

Mar dijo...

Saben que se les agradecen sus palabras (no solo las de ahora sino también las de antes...)

Que estén bien y feliz inicios de julio (cómo pasa el tiempo)

Anónimo dijo...

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