Matilde Elena López: Semilla bienhechora
Francisco Andrés Escobar
Conocí a Matilde Elena López, en 1965. Estudiaba yo economía, en
Desde los primeros momentos, ella advirtió mi gusto por la literatura. “Paco: usted va a terminar estudiando letras y escribiendo”. Por eso, cuando dejé
Matilde Elena ha sido eso: una maestra. Alguien que descubre e invita a descubrir. Luego, una escritora: alguien que entiende los misterios y el oficio de la palabra. Y ha sido una mujer –esposa, madre, amiga, abuela–, y una mujer valiente, que ha sabido habérselas –con tino y entereza– en una vida frecuentada por pleamares y marismas.
Con Matilde Elena tengo la deuda de su consejo preciso, de su prólogo generoso y comprensivo a mi primer librijín que era un verdadero parto frío, de sus antiguos sábados de café, de su confianza en momentos que para ella fueron luminosos o sangrantes. También le debo haberme vuelto entrañables la vida y la poesía de Claudia Lars.
Hoy, cuando la ciudad besa la frente de esta doctora López, tan cumplidora con su destino y con sus años, valen de nuevo, en su honor, esas antiguas palabras con que uno calza las semblanzas en realidad sentidas: “Y porque llevas en ti la semilla bienhechora del amor, serás bendita”.
Este texto, cuyo recorte tengo el original en mis manos, fue publicado en La Prensa Gráfica y en El Faro en mayo de 2003. Don Paco lo escribió cuando a Matilde Elena López la galardonaron con la presea Macuilflor, y me gustó tanto la columna que la guardé. Hace un par de días me crucé con ese papelito y pensé en ustedes, los que me han enseñado lo que sé y de los que espero seguir aprendiendo lo que aún no sé (y necesito saber con urgencia).
En las pizarras, en los pasillos, en sus respuestas y en sus planteamientos he encontrado muchas cosas valiosas que me han ayudado a alcanzar el único deseo que he tenido claro desde pequeña: ser profesora. Eso quería ser desde hace muchos, muchos años. No me importaba si me daba clase a mí misma, a las plantas del jardín de mi casa o si era a un público real; daba igual si eran de matemáticas, de arquitectura, de derecho, de ingeniería o de español para extranjeros... y ustedes, desde sus ejemplos, me han ayudado a descubrirme y a ir germinando de a poco (porque es un aprendizaje sin final) para reproducir lo que sé y lo que tengo. Y hoy no podría celebrar mi primer día del maestro al fin como maestra si ustedes no estuvieran conmigo. Si ustedes no hubieran confiado en mí y no me hubieran ido moldeando cada vez que me corrigieron un trabajo y me aceptaron como su instructora. Si no me hubieran enseñado a "leer" una partitura (también conocida como "chibolograma"); si no me hubieran puesto a leer las seis propuestas para el nuevo milenio de Ítalo Calvino; si no me hubieran puesto a escribir cuentos y reportajes y críticas; si no me hubieran dicho cómo corregir un texto; si no me hubieran enseñado a sacar lo mejor de mí y de mi día. Si no me hubieran enseñado a ser amiga, hermana, comodín...
Y porque con otros de ustedes fui descubriendo los primeros trucos, las primeras sonrisas y los primeros errores que cometimos al pasar al frente del aula. Y porque hemos seguido creciendo y seguimos compartiendo los misterios que se esconden tras las respuestas y hasta tras las preguntas de aquellos que tenemos, momentáneamente, bajo nuestro cargo. Porque algunos de ustedes van mostrando cómo es hacerse cargo de una nueva vida, procreada por ustedes mismos, y nos dejan ser parte de ello. Porque otros nos muestran cómo es la vida en otros paisajes (terrenales, profesionales o metafísicos).
Por todo eso, que no dejen nunca de sembrar ni de cosechar más de lo bueno que siembran. Gracias, las más sinceras, por la huella que han dejado en mi vida.
Saben que se les quiere y se les admira...
[Y para que no se vayan sin una sonrisa, les recomendamos una caricatura muy interesante... Un abrazo ¡y feliz día del maestro!]