miércoles, 23 de abril de 2008

23 de abril


Después de celebrar el Día de la Tierra, pocos conocen que hay más cosas por las que vale la pena brindar. Por aquellas convenciones sociales en las que conmemoramos nacimientos, muertes, descubrimientos y demás a través de una fecha específica del calendario, resulta que el 23 de abril encadena al menos tres hechos que tienen que ver con la palabra: es el Día Internacional del Libro, de los Derechos de Autor y del Idioma Español.

Creo que es un motivo para alegrarse, pues las tres cosas reflejan que la humanidad ha mantenido la sana costumbre de escribir, y que ha habido que establecer registros para que respetemos lo que otros han hecho ya y no lo pongamos a nombre propio con tal de tener un escrito propio. Y encima, que nuestra lengua materna tenga un día para celebrarse a sí misma debería ser motivo no solo de orgullo sino de planificar fiestas en su honor; sobre todo porque, luego de que el Día de la Tierra sirve en mucho para darnos cuenta de lo mal que se pinta nuestro panorama, nos recuerda que estamos vivos, que somos seres hablantes... y ante todo seres pensantes, pues solo hay lengua donde hay pensamiento, y viceversa.

Así, les dejo esta excusa para celebrar toda la semana, y para que la cuenten y la reproduzcan. Dicen que en Cataluña (en honor a Saint Jordi, que también se celebra hoy), las mujeres les regalan libros a los hombres, y ellos, a su vez, les obsequian una rosa (roja). Dicen que las librerías en algunas ciudades celebran desde la víspera y casi toda la semana en honor a la memoria impresa. Dicen que, mientras celebremos la palabra que nos crea, recrea y nos llama, la humanidad no morirá.


(Imagen de la piedra de la Rosetta tomada de http://www.hermanotemblon.com/?p=588)

lunes, 14 de abril de 2008

Instrucciones debidas para acumular instrucciones de otras vidas


Primero, consígase a un julio cortázar que escriba instrucciones (para llorar, para subir una escalera, para dar cuerda al reloj, entre otros) y hasta un par de preámbulos a estas (como el de para dar cuerda al reloj).

Luego necesitará, con urgencia, una amiga suya, creativa (de ser posible), que se dé a la tarea de dejar tareas a otros. Y entonces habrá que dejar que ella cree algo sin par: tomar a cortázar como pretexto para que cada quien, emulando al escritor, construya sus propias instrucciones sobre un tema de su interés. No recomendamos una extensión de más de una página, pues también se debe ejercitar el dominio del arte de la brevedad.

Para entonces, será mejor si cuenta usted con un grupo grande de gente al que le puede dejar estas tareas. Entre más grande el grupo, mejor. Si no los tiene, búsquese amigos, reales o imaginarios (muy creativos, por favor). Entonces, pase a sus manos esta delicada y fructífera idea: instrúyalos sobre el arte de a(r)mar instrucciones.

Conseguirá textos insospechados. Desde cómo hacer llorar a una cebolla, pasando por las que te hacen invertir tu sistema circulatorio, hasta cómo ver películas de terror (en casa). Algunas serán largas y reales; otras, cortas e impactantes. Encontrará variedad de emociones, de gajos de la realidad y de la historia humana, condensado todo en unas palabras precisas sin sonrisas perfectas. Soltará más de tres carcajadas por instrucción, excepto en aquellas que son casi historias en las que practicará las instrucciones para llorar, heredadas por el maestro argentino. Duración media para llevar a cabo la tarea tras estas instrucciones, una semana.

(PD: Gracias a los que han hecho esto posible... la niña de los unicornios, los que han hecho estas páginas que se citan -entre ellas, la de donde tomamos la foto-, y los que han acompañado estos procesos instructivos y los que faltan por existir)


lunes, 7 de abril de 2008

Eso (y La Ciudad)

A veces, él la contemplaba. Despacio, su mirada camina sobre ella, en una extraña mezcla de tranquilidad y conocimiento de cada parte de su cuerpo. No la había amado desde el primer momento. Había aprendido a amarla (casi contra su voluntad), tras pasar horas enteras e interminables en el acto más perfecto de contemplación.

Un día se atrevió a hablarle. Quizás ese día comenzó su aprendizaje. Ahora sus horas no se iban en verla, sino en hablarle y escucharla. Ya solo le bastaba verla para saber cómo había sido su mañana, o su día, o su noche. Sabía todo de ella.

Tuvo que pasar mucho tiempo para que él se diera cuenta: no podía ya vivir sin ella. Podía dejar de comer o de dormir o de hacer cualquier cosa por estar con ella. Él la amaba, aunque no lo sabía. Pero todo el mundo se había enterado ya en la ciudad. Es que aquí, como en cualquier lugar pequeño, esas cosas siempre se saben rápidamente.

Solo él parecía no darse cuenta… solo sabía, instintiva y silenciosamente, que nunca se iría de este lugar.