La mañana era larga. El reloj parecía no tener ninguna prisa en llegar al minuto siguiente, y yo sabía que llevaba dos horas de espera y podían faltar cuatro más: debía ser paciente. Grave problema. Nunca he destacado por mi paciencia, y al que operaban es uno de los únicos tres sujetos con los que me he pensado caminando hacia un altar vestida de novia. (Curioso, porque comencé a pensar en eso antes de tener a la persona que me podría esperar del otro lado.) De esos tres, uno se fue demasiado pronto; el primero sigue de pie, y solo espero que cuente con suficiente salud para aguantar la dulce espera.
Mi opción dos es el único de los tres que no tiene lazo sanguíneo conmigo… pero médicamente es el único que podría realmente llegar a tener algo de mi sangre. Sin embargo, cuando al fin los minutos se dignaron a hacer su trabajo y completaron las horas, supe que quizás no la necesitaría: él estaba bien, a salvo. Al menos por ahora. Él estaría bien, a salvo. Al menos un tiempo después. Y entonces tuve mi momento de esperanza en el día, y esta fue desplazando poco a poco la sensación tan extraña que me había acompañado desde temprano. Él estaba bien. “Ya lo peor ha pasado”, dicen que dijo el médico.
Desde antes de tener algún uso de razón, él ha estado ahí, conmigo. Me vio crecer con paciencia, me hizo reír muchas veces, y me dejó admirar su colección de pines y algunas de sus fotos. Me ha dejado quererlo desde entonces. Y aún así cree que yo he hecho algo más grande por él: “Solo las hemos amado”, me dijo cuando alegué lo que ella y su esposa han hecho por mis hermanas y por mí.
Quizás él no sabe que en los almuerzos familiares de domingo, incontables veces los ojos de mi mamá se llenaban de lágrimas y su corazón rebosaba agradecimiento cuando hablaba de “la bondad de Luis”. Esa, cuenta ella, lo hizo recibir con los brazos más que abiertos a su segunda hija, que entonces tenía un estado de salud muy delicado. Y él, como buen hombre, como un excelente papá, ha estado siempre para ella, y para su hija mayor. Y aún así alcanzó el espacio para nosotras… Gracias por luchar por estar bien, a salvo. Feliz día del papá, querido tío.
miércoles, 17 de junio de 2009
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2 comentarios:
guau, no se si es mi edad o mi deseo de ser padre lo que me dejo con una sonrisa y con lagrimas, esa extraña amalgama de cosas que se juntan en la garganta y nos hacen ser humanos
mmm... yo tampoco lo sé... creo que es aquello que dicen que las historias particulares a veces son las más universales... además, me parece una buena venganza, porque sus caricaturas a veces lo dejan a uno con una buena carcajada, pero también con esa extraña amalgama
gracias por estar ahí, dos abrazos...
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