lunes, 18 de mayo de 2009

"Fantasía para un gentilhombre"


Musicalmente, la RAE dice que una fantasía es una "composición instrumental de forma libre o formada sobre motivos de una ópera". Me quedo con eso de componer de forma libre: es posible hacer eso con la música, claro está, con la escritura y supongo que con cualquier rama artística. También se puede hacer eso con una persona. Y creo que ese sujeto uruguayo que murió el domingo 17 de mayo de 2009 en su casa de Montevideo, años después de haber ganado premios de poesía y otros honores, era así... Libre, suelto para probar en varios tipos de narracion sin atarse a ninguno.

Prefería la poesía, eso sí. Pero nadó entre la novela como si fuera lo más natural del mundo escribir sobre un oficinista enamorado de una mujer más joven que él... o de un sujeto que vuelve a su Montevideo mientras en Madrid queda su hija con su (ex) esposa. Iba de un lado a otro, quizás sin asombrarse, pero logrando que el lector tuviera al menos una forma de verse en el espejo de sus libros. Y es por eso que ahora, lo único que se puede hacer en su honor es brindar por él, por su palabra, por su sentido del humor, por su desexilio, por ese grandioso paréntesis que ha sido su vida.

Este sujeto ha atravesado la mía de muchas formas. Pero algo que no olvidaré nunca es que, tan serio como era y con todas las lágrimas que le puede sacar a una La tregua, era capaz de contar un chiste a mitad de Andamios, para mí su segunda mejor novela... después de la ya citada en la línea anterior. Y quizás por eso se me ha venido a la mente varias veces en este lunes 18 de mayo (en que realmente quisiera estar afuera del salón de los Pasos Perdidos, donde lo están velando) esa imagen de hace más de 12 meses: estamos en un aula, y de pronto un muchacho con el pelo revuelto levanta la mano para leer su texto, muy breve. Lo lee, y es un texto muy hermoso y provoca en sus compañeras un gran suspiro cuando lo termina, de esos suspiros que dejan miel en el aire, y a él se le nota la incomodidad en el rostro. Cuando la clase termina, él dice: "Tuve mi momento Mario Benedetti". Quién sabe, quizás hasta Benedetti hubiera sido capaz de reír si hubiera oído el comentario...

El asunto es que este uruguayo ha sido, para mí, una de esas personas buenas que se escapan del tintero y viven la vida, como esta les venga. Y su alegría es defendida por ellos mismos sin darse cuenta, y logran que la alegría deje de tirarles piedritas en sus ventanas, porque las abren, confiados y felices. Hay miles de composiciones musicales para describirlos, pero hoy me quedo con el nombre de esa obra de Joaquín Rodrigo, Fantasía para un gentilhombre. Y con esa etiqueta atada a su mano lo dejaré ir. Porque hace 15 días dije que haría eso: ya era hora de que su paréntesis, su tregua, terminara o comenzara, según como se vea el asunto. Porque no es lo que yo quiera, o lo que querramos todos sus lectores en este mundo. Es lo que él se merece después de haber trabajado, reído, futboleado, empacado, leído y regalado tanto.

Hay demasiado que decir de él. Pero nunca sería suficiente, y es hora de descansar. Él murió. (No, no falleció.) Sus ojos ya no deberán esforzarse por enfocar las letras, ni sus pulmones buscarán un aire más limpio y más fresco. Nos dejó todas las palabras que pudo en todos los formatos o estructuras que deseó con todos los instrumentos que tuvo a su alcance. Y lo mejor de todo es que ganó su batalla: ya puede correr para encontrarse con su Luz. Y ahora sí es para siempre.


(Gracias, Otto, por darme permiso de acompañar mi homenaje con el suyo: una imagen vale más que mil palabras.)

viernes, 1 de mayo de 2009

Buzón de treguas


Uno tiene amigos así: son de aquellos que lo conocen a uno de toda la vida, y que durante algún tiempo han sido el mejor de todos. Son los que tenían una frase de aliento, un buen chiste, un hombro para llorar, otra forma de ver la vida y hasta una de las mejores declaraciones de amor. De esos que en algún momento nos parecen más que admirables, y conforme los años van pasando van recorriendo un camino paralelo al de uno; y uno se los encuentra menos, pero no por eso es menos el cariño. Y él, para mí, es así.

Tengo pocos amigos y Aníbal es el mejor, dijo él una vez. No, no soy Aníbal. Soy una de las que leyó esa historia y decidió que le gustaba el autor de la historia. Esta es La Tregua, y él es Mario Benedetti, premio Internacional Menéndez Pelayo 2005, Iberoamericano José Martí 2001 y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1999. Desde que lo conocí me dio por leerlo y escucharlo. Hay quienes dicen que no le encuentran la virtud o algún punto extraordinario, pero justamente de él me encanta eso: su sencillez y su acierto a la hora de elegir las palabras más anormalmente cotidianas para contarme que a él le pasan las cosas que a mí. Con sus salvedades de edades, geografías y exilios o desexilios, me gusta leerme y encontrarme entre sus páginas.

Encima, tiene una virtud poco común: sabe leer en voz alta. A uno, claro está, le ha tocado oírlo a pura grabación (sean casssettes, CD o algo que se le parezca), pero esa habilidad destaca rápidamente. Y es más evidente si a uno le ha gustado gente como Neruda y los ha oído (también a pura grabación) con anterioridad... el poeta de Isla Negra sabía escribir muy bien, pero en discurso oral era demasiado dramático para mi gusto. Benedetti, en cambio, hasta en eso es sencillo y elegante.

La cosa es que me encanta. Hay libros y poemas suyos que siguen siendo míos, no importa cuántos años hayan pasado o cuántas veces los haya leído (o quizás por esos años y esas veces). Y es por eso que hoy lo digo en voz alta, porque supe que está enfermo, y decidí que no quería esperar a que él se fuera a la luz, a su Luz, para volver a reconocer que gracias a sus palabras aprendí a querer escribir y a querer las leyes no escritas sobre cómo escribir para ser entendida.

Y entonces, si pudiera, pondría carta en un buzón de treguas (que quizás pueda ser el mismo Buzón de tiempo) para pedir que él, Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, tenga su propia pausa o paréntesis de enfermedades y tristezas. Aunque eso signifique que nunca lo conozca, o que nunca pueda llevarle flores, o que nunca pueda comprobar por mí misma su puntualidad alemana, o que el mundo se quede sin su respiro. Es lo que uno hace por los amigos. ¿O no?


P.D.: La foto está tomada de "Rescatando a Mario Benedetti: Artigas..."